Ya que los cuásares muestran propiedades en común con
todas las galaxias activas, muchos científicos han comparado las emisiones de
los cuásares con aquellas de galaxias activas pequeñas debido a su similaridad.
La mejor explicación para los cuásares es que están alimentados por agujeros
negros supermasivos. Para crear una luminosidad de 1040 W (el brillo típico de
un quásar), un agujero negro supermasivo debería consumir la materia
equivalente a diez estrellas por año. Los quásares más brillantes conocidos
deberían devorar 1.000 masas solares de materia cada año. Se cree que los
quásares se "encienden" y "apagan" dependiendo de su
entorno. Una implicación es que un cuásar no continuaría alimentándose a esa
velocidad durante 10.000 millones de años, lo que explicaría satisfactoriamente
por qué no hay cuásares cercanos. En este marco, después de que un cuásar
acabase de consumir el gas y el polvo, se convertiría en una galaxia normal.
Los cuásares también proporcionan algunas pistas sobre el
fin de la reionización del Big Bang. Los quásares más viejos (z > 4)
muestran un efecto Gunn-Peterson y tienen zonas de absorción en el frente de
ellos indicando que el medio intergaláctico en ese momento era gas neutro. Los
quásares más recientes no muestran zonas de absorción, pero en su lugar, sus
espectros muestran una parte puntiaguda conocida como bosque Lyman-alfa. Esto
indica que el medio intergaláctico está sometido a una reionización hacia
plasma y que el gas neutro solo existe en cúmulos pequeños.
Otra característica interesante de los quásares es que
muestran evidencias de elementos más pesados que el helio. Esto significa que
esas galaxias estuvieron sometidas a una fase masiva de formación estelar
creando estrellas de población III entre el momento del Big Bang y los primeros
quásares observados. La luz de esas estrellas pudo haber sido observada por el
telescopio espacial Spitzer de la NASA, aunque a finales de 2005 esta
interpretación aguardaba ser confirmada.
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